El
pavimento exhala un calor impregnante que los conductores de la agitada ciudad
perciben dentro de sus autos. Es un día soleado y desgastante que decenas de
niños, miembros de comunidades étnicas, ancianos y personas en condición de
discapacidad, deben soportar sin alimento, agua o, en algunas ocasiones,
zapatos, mientras piden dinero a los transeúntes y conductores. Ellos son víctimas
de trata de personas con la finalidad de mendicidad ajena.
El
Zarco, como llaman al hombre que los ubica en diferentes vías, puentes y
andenes de la ciudad, vive de la explotación de personas vulnerables: menores
de edad, hombres y mujeres en su vejez, con problemas de salud o desplazados de
sus regiones. Los días de este tratante transcurren entre las calles, vigilando
a quienes él considera su mercancía. A cambio de unas cuantas monedas, el Zarco
convence a sus víctimas o a los familiares de ellas para que supliquen por
dinero. El monto que los niños y demás personas logran reunir, es reclamado
cada tarde sin falta alguna.
El
lucro por medio de la mendicidad tiene su fundamento en la inspiración de
lástima, por ello las víctimas suelen ser parte de grupos sociales percibidos
como indefensos. Es así como Mariana y Daniel terminaron siendo parte de este
fenómeno. Por un lado, la niña de 12 años fue atropellada por un motociclista
borracho que no se detuvo a auxiliarla, a causa del accidente, una lesión
visible en su rodilla se convirtió en el principal instrumento para generar
pena y conseguir dinero. El Zarco conserva la mayor parte de las “ganancias” y
entrega el sobrante a sus padres, quienes, lastimosamente, están de acuerdo.
Por
otra parte, Daniel es utilizado para la mendicidad debido a una limitación
cognitiva que no le permite comunicarse ni moverse bien. Sobre su regazo
reposan galletas y dulces que ofrece a las personas en la calle, quienes suelen
compadecerse de su situación y pagar más de lo esperado por los alimentos.
Aunque Daniel ya es mayor de edad, su familia lo somete a este delito de trata de
personas, guardando una mínima parte del efectivo que le es
regalado.
Los
ciudadanos son emotivos y caritativos al advertir que una persona está en
condición de vulnerabilidad en las calles. Su instinto es el de ayudarlos a
través del dinero que guardan en sus bolsillos. Aunque para muchos este es un
acto de generosidad y altruismo, en realidad se trata de una contribución
monetaria a las redes de trata de
personas, individuos inescrupulosos que se dedican a la
mendicidad ajena.
Poner
la lupa sobre esta situación es imperativo. La cotidianidad retrata casos como
el de Mariana y Daniel en cada semáforo, rincón, cruce peatonal y plaza de las
ciudades y sus poblaciones aledañas. El negocio es rentable para el Zarco y
tantos delincuentes más que toman ventaja de los infortunios de otros y que,
incluso, les exigen acentuar el hambre, la sed, el dolor y el desamparo, con el
objetivo de recibir más efectivo.
Luchar
contra esta finalidad de trata de personas es una tarea de todos. No
contribuyas al lucro de los criminales y reporta estos casos que vulneran los
derechos de muchos. La manera de ayudar a las víctimas de mendicidad ajena es
alertando a las autoridades.
Articulo tomado de #EsoEsCuento